jueves, 12 de noviembre de 2020

Encrucijada y el blues

 

Los caminos se despliegan ante sus ojos. ¡Ahora tiene que decidir!

Desea con toda el alma aprender a tocar el blues y abre sus ojos aquí, frente a la autopista 61 y la autopista 49, en el Delta del Misisipi, la cuna del blues, donde Elvis bebió sus primeras tetas de esta música, donde Moody Waters dijo: Aquí nació un bebé del blues y se llama rocanrol.

La vía del blues suena a sus espaldas y cierra sus ojos desesperado.

«¡Esta música es mía!»  grita para sus adentros, se comprime, gime de dolor incontrolable y el cantante Robert Johnson venderá su alma pues sólo es escuchado por el diablo, quién amable como suele ser con los tontos desesperados, se le aproxima por la espalda, le toca suavemente el hombro y le dice:

—¿Necesitas ayuda?

El olor a azufre es evidente, las manos torpes de Robert se sacuden, una vibración se introduce en su cuerpo y le hace mover los dedos como nunca lo había hecho. No ha respondido a la voz siniestra, el olor fétido se expande por la encrucijada y es del mismísimo satanás.

—¡Sí! —Respondió balbuceante.

Asustado, sus piernas congeladas por el miedo, no alcanzan a correr, a mover un dedo al menos, voltea lentamente y sabe que no tendrá escapatoria, debe decidir si entregar el alma a cambio de poder interpretar el blues o seguir su vida mediocre en medio de la gente, cantando en cantinas oscuras llenas de borrachos y con olor a orina en los rincones.

En ese momento la encrucijada se hace más oscura, la autopista del blues se torna mojada sin llover y la autopista 61 se estremece. No circula un sólo automóvil, no hay luces de neón encendidas. Bob, como cualquier otro deben tomar un camino, el camino del 13 o el camino del 7, ambos no parecen ser buenos. 


Satanás no tiene prisa, lo observa de arriba a abajo, hace como si fuera una travesura para él, le sopla y se le enchinan los vellos de la nuca. El miedo tiene paralizado al cantante.

—¿Y qué quieres a cambio por tu ayuda?

Nuevamente se escucha su voz como un murmullo, un lamento que más tarde las cuerdas de la guitarra mágica que cargaba, le recordarían en cada canción su compromiso.

—¡Entregad el alma!

El diablo no pide otra cosa. ¿Pensabas acaso que le iba pedir obediencia?¡O qué! 

—¡Tu alma, sólo tu alma acongojada, eso quiero infeliz! —Le espeta sin compasión. Bueno, el diablo no sabe qué es eso.

Nuevamente se escucha el sonido lamentable de su voz y ...

—¡Sí! ¡Te doy mi alma a cambio de poder interpretar el blues como nadie lo ha hecho antes sobre la tierra!

El sudor casi forma gotas sobre su rostro, perla negra valiosa de la canción, sus manos y sus dedos empiezan a vibrar, necesita una guitarra para comprobar, mientras satanás camina a su alrededor como saboreando el material que será su nueva adquisición.

Robert voltea para obtener una respuesta, pero ya no hay nadie, el olor a azufre se empieza a disipar y sobre la acera yace una guitarra, desvencijada en apariencia.

—¿Cómo? ¿Me has tomado el pelo? ¡Con esta guitarra no podré tocar nada! —Impreca sintiéndose engañado, desesperado entiende que no se puede maldecir a satanás.

Aún con ello, se inclina y con su mano izquierda la levanta. Saca un pañuelo de bolsillo trasero y lentamente limpia las pequeñas gotas de agua de la superficie pulida de la madera.

La pega contra su pecho en el acto de empezar a tocarla, sentir sus cuerdas, la suavidad de sus trastes, la elongación de las cuerdas y el sonido de la caja. Pasa su mano derecha sobre las mismas y estas emiten su sonido lloroso y profundo. Ni siquiera tuvo que probar la afinación. Las cuerdas ya lo estaban. 

Se sienta en un banquillo a interpretar lo primero que se le viene a la mente, improvisa, acaricia su guitarra. Se prende a ella como un mortal amoroso se aferra a las caderas de su amante, en la intuición de que quizá mañana estará muerto o de que tal vez nunca la volverá a ver.

Con sus ojos cerrados, interpreta una canción, le llena el alma el sonido, su voz se extiende por todos los rincones y al final de la pieza abre sus ojos. Descubre que se trasladó a un bar, la gente absorta, muda de emoción, nunca habían escuchado algo así. Todos vibraban, no sabían si esa música era real, si la voz salía de su boca o si era algo del más allá, quizá el demonio era quien interpretaba la canción.

Como aquellos cantos de sirenas que seducían al marinero, esa noche el Delta se llenó de blues y la encrucijada... ¡No tendrá que esperar más!

Cierto día Robert Johnson desapareció, su guitarra estaba en un rincón, la música misteriosa se quedó. No hubo un bar donde no cantara, un rincón oscuro donde no se oliera su cigarro, el sombrero de lado, su traje oscuro o gris, sus manos ágiles, el sonido melancólico de su vibrar.

Vendió su alma por amor al blues y eso ni el mismo diablo lo pudo evitar.

La vida te pone encrucijadas, unas buenas otras complejas, con amor las debes enfrentar. Como aquel cantante que vendió su alma por saber tocar.

Después de todo, no hay nada como una canción de amor hecha con blues.

A.R. Barrios

Veracruz, Ver. 12 de noviembre de 2020

 

Como Benedetti

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