Los caminos se despliegan ante sus ojos. ¡Ahora tiene que decidir!
Desea con toda el
alma aprender a tocar el blues y abre sus ojos aquí, frente a la autopista 61 y
la autopista 49, en el Delta del Misisipi, la cuna del blues, donde Elvis bebió
sus primeras tetas de esta música, donde Moody Waters dijo: Aquí nació un
bebé del blues y se llama rocanrol.
La vía
del blues suena a sus espaldas y cierra sus ojos desesperado.
«¡Esta
música es mía!» grita para sus adentros, se comprime, gime de
dolor incontrolable y el cantante Robert Johnson venderá su alma pues sólo es
escuchado por el diablo, quién amable como suele ser con los tontos desesperados,
se le aproxima por la espalda, le toca suavemente el hombro y le dice:
—¿Necesitas
ayuda?
El olor a azufre es evidente, las manos torpes de Robert se
sacuden, una vibración se introduce en su cuerpo y le hace mover los dedos como
nunca lo había hecho. No ha respondido a la voz siniestra, el olor fétido se
expande por la encrucijada y es del mismísimo satanás.
—¡Sí! —Respondió balbuceante.
Asustado,
sus piernas congeladas por el miedo, no alcanzan a correr, a mover un dedo al
menos, voltea lentamente y sabe que no tendrá escapatoria, debe decidir
si entregar el alma a cambio de poder interpretar el blues o seguir su vida mediocre en medio de la gente, cantando en cantinas oscuras llenas de borrachos
y con olor a orina en los rincones.
En ese momento la encrucijada se hace más oscura, la autopista del blues se torna mojada sin llover y la autopista 61 se estremece. No circula un sólo automóvil, no hay luces de neón encendidas. Bob, como cualquier otro deben tomar un camino, el camino del 13 o el camino del 7, ambos no parecen ser buenos.
Satanás no tiene prisa, lo observa de arriba a abajo, hace como si
fuera una travesura para él, le sopla y se le enchinan los vellos de la nuca. El miedo tiene paralizado al cantante.
—¿Y qué quieres a cambio por tu ayuda?
Nuevamente
se escucha su voz como un murmullo, un lamento que más tarde las cuerdas de la
guitarra mágica que cargaba, le recordarían en cada canción su compromiso.
—¡Entregad
el alma!
El
diablo no pide otra cosa. ¿Pensabas acaso que le iba pedir obediencia?¡O
qué!
—¡Tu
alma, sólo tu alma acongojada, eso quiero infeliz! —Le espeta sin compasión.
Bueno, el diablo no sabe qué es eso.
Nuevamente se escucha el sonido lamentable de su voz y ...
—¡Sí! ¡Te doy mi alma a cambio de poder interpretar el blues como
nadie lo ha hecho antes sobre la tierra!
El sudor casi forma gotas sobre su rostro, perla negra valiosa de
la canción, sus manos y sus dedos empiezan a vibrar, necesita una guitarra para
comprobar, mientras satanás camina a su alrededor como saboreando el material
que será su nueva adquisición.
Robert voltea para obtener una respuesta, pero ya no hay nadie, el
olor a azufre se empieza a disipar y sobre la acera yace una guitarra, desvencijada
en apariencia.
—¿Cómo? ¿Me has tomado el pelo? ¡Con esta guitarra no podré tocar
nada! —Impreca sintiéndose engañado, desesperado entiende que no se puede
maldecir a satanás.
Aún
con ello, se inclina y con su mano izquierda la levanta. Saca un pañuelo de
bolsillo trasero y lentamente limpia las pequeñas gotas de agua de la
superficie pulida de la madera.
La pega contra su pecho en el acto de empezar a tocarla, sentir
sus cuerdas, la suavidad de sus trastes, la elongación de las cuerdas y el
sonido de la caja. Pasa su mano derecha sobre las mismas y estas emiten su
sonido lloroso y profundo. Ni siquiera tuvo que probar la afinación. Las cuerdas
ya lo estaban.
Se sienta en un banquillo a interpretar lo primero que se le viene
a la mente, improvisa, acaricia su guitarra. Se prende a ella como un mortal
amoroso se aferra a las caderas de su amante, en la intuición de que quizá
mañana estará muerto o de que tal vez nunca la volverá a ver.
Con sus ojos cerrados, interpreta una canción, le llena el alma el
sonido, su voz se extiende por todos los rincones y al final de la pieza abre
sus ojos. Descubre que se trasladó a un bar, la gente absorta, muda de emoción,
nunca habían escuchado algo así. Todos vibraban, no sabían si esa música era
real, si la voz salía de su boca o si era algo del más allá, quizá el demonio
era quien interpretaba la canción.
Como aquellos
cantos de sirenas que seducían al marinero, esa noche el Delta se llenó de
blues y la encrucijada... ¡No tendrá que esperar más!
Cierto día Robert Johnson desapareció, su guitarra estaba en un rincón, la música misteriosa se quedó. No hubo un bar donde no cantara, un rincón oscuro donde no se oliera su cigarro, el sombrero de lado, su traje oscuro o gris, sus manos ágiles, el sonido melancólico de su vibrar.
Vendió
su alma por amor al blues y eso ni el mismo diablo lo pudo evitar.
La vida te pone encrucijadas, unas buenas otras complejas, con
amor las debes enfrentar. Como aquel cantante que vendió su alma por saber
tocar.
Después
de todo, no hay nada como una canción de amor hecha con blues.
A.R. Barrios
Veracruz, Ver. 12 de noviembre
de 2020