viernes, 21 de junio de 2019

Cupido cabrón. Implacable

Cualquier parecido con la realidad o con alguna persona en especial, es pura pinche coincidencia. No se admiten reclamaciones.

Era implacable en todo, su vida juvenil no era ejemplo de nadie, su inteligencia notable desde siempre le hacía brillar. Sin embargo sus frustraciones infantiles lo fueron moldeando para convertirse en el lobo mercantil a medias. Después les platico ésto.


La oficina se hallaba casi desierta, ese día trabajé hasta tarde. Previa revisión de los últimos documentos y proyectos por entregar al siguiente día, ordené todo sobre el escritorio, ya era tarde para seguir trabajando y la oficina estaba silenciosa. Cerré el escritorio y decidí dejar todo. 
Descendí la escalera que conducía al mezanine, donde están las oficinas privadas de los altos ejecutivos. 

Vi una luz encendida, por lo que supuse había alguien trabajando hasta tarde. Mis pasos no se escucharon por el amortiguamiento de la alfombra, me acerqué sin mayor temor a la puerta y...

La hermosa morena, de cabello negro lacio, de grandes ojos, alta, con las manos sobre el escritorio, gemía suavemente para no ser escuchada, su cabeza recostada sobre la superficie y sus manos agarrando la orilla para sostener el embate del sujeto, compañero de trabajo, quien sostenía de las caderas a la bella mujer, yendo una y otra vez. 

Como pude, discretamente regresé sobre mis pasos. Ya no saludé a nadie, era evidente lo que sucedía en ese despacho. Descendí la siguiente escalera y el vigilante dormitaba en la puerta que conducía a la calle. Caminé unas calles hacia el sur buscando mi auto pero impactado por lo que acababa de observar.


Pasaron los días y jamás dije nada de lo que vi, hasta hoy. De ese jardín cortó casi todas las flores.

Él era un tigre para las mujeres, soltero, bien parecido, siempre en forma, sus 3 kilómetros diarios los recorría haciendo "joggin". Vivía en un departamento de soltero, costantemente acudían amigas a verle, ahí dentro se divertían o intentaban conquistar este galán inteligente. Una tras otra desfilaron por ahí.

Hasta que sucedió lo inevitable.

Siempre he pensado que el amor es una cosa rara cuando se da por algún interés. 

Cuando te enamoras de alguien, sin mayor cosa que la atracción inicial, las coincidencias, sin más que el sentimiento entre el uno y el otro, el amor florece, como una bella flor, bella expresión del ser humano y tal vez de algunos otros seres vivos. No lo sé aún. 

Y cupido siempre está atento a ello, pero muchas, muchas, muchas veces se equivoca. Erra el tiro, da en un blanco diferente, roza, de plano se equivoca fatalmente y esta vez se equivocó. La lección ambos no la aprendieron.

Pasaba ella por el mezanine en su actividad diaria como secretaria. La acosaba, en ese tiempo no era delito el acoso, como hoy día. La invitaba a salir y como respuesta obtenía: 

¡No, usted es un pirujo!

Su acento especial al hablar la hacía simpática. Sus respuestas sinceras, en ese sentido, se repetían y el zorro cazador insistía, una y otra vez.

Bien dice el dicho que tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe o bien, no hay gota de agua que no perfore la roca.
En el triunfo de su persistencia, cierto día Galano, así se llamaba, la volvió a invitar salir y cual sería su sorpresa que la bella, delgada, de ojos lindos y nariz respingada, cabello largo y de fina figura, le diría que sí.

Salieron una noche, se portó como un caballero, le abrió la puerta del carro, él soñado y soñaba, ella se divertía y constataba si eran ciertas todas la historias que de él se decían.

Se repitieron las salidas y la relación subió de tono, comenzaron los besos, los abrazos, hasta que por fin la fortaleza se rindió. 
No sin antes obtener la promesa de la boda, de unirse para siempre y Galano, solemnemente aceptó hacer tal compromiso. 

La pedida de mano ocurrió, los padres de ella miraban escépticos al prometido, pero también dieron su aquiesencia al respecto. Hasta que llegó la fecha de la boda. Todo era alegría y Cupido cabrón complacido, al ver a la joven bella, vestida de blanco, brillante y sonriente, su hilera blanca de dientes iluminaba su rostro.

Él, con sus ojos redondos no lo podía creer, se casaría con la hija de un rico comerciante del pueblo, previa revisión de las inversiones del suegro, Galano se mostró cada día más interesado.

La vida transcurrió normal por algunos años, él en sus cacerías furtivas, no respetaba nada ni nadie, sus logros eran siempre positivos. En lo económico era un gran tiburón, no se equivocaba en nada, bueno para los negocios, las transas y siempre atento a las oportunidades de dinero fácil y rápido, dentro de lo legal claro. Aunque mucho de lo legal no sea tan legal cuando pasas por encima de los amigos.

Con el tiempo, su carrera declinaba como empleado de grandes instituciones, aún con su talento y enorme preparación. Y tuvo que aceptar empleo lejos de su familia. 

Bellina, seguía conservando su encantos, la crianza no la había desmerecido en nada. Las ausencias del esposo, la casa grande, los hijos creciendo, le daban tiempos de soledad, ansiedad y melancolía.


El café estaba desierto, el vejete, también de acento raro, le miraba, una mirada de curiosidad, morbo, ansias y demás. Bellina, tomaba sorbo a sorbo su café capuchino y notaba la admiración del ruco, que impecablemente vestido le observaba. 
De repente, este viejo lobo de mar, se levantó de su mesa, le pidió permiso de acompañarla solo para charlar y así comenzó todo. Bellina comenzó a enamorarse del señor de marras, poco a poco, una conversación y  otra más, hasta que un día Don Farfullo le plantó el primer beso, después vinieron todos los demás.


Galano, trabajaba y trabajaba, cada cierto tiempo viajaba a casa para ver a su familia y ahí en la hora del desayuno le espetaron:

¡Quiero el divorcio!

Lo que escuchaba lo dejo atónito ¿cómo le pedían éso a él?
Él, el conquistador, el triunfador, el ejecutivo, al que no se le negaba nada.

¡Estoy enamorada de otra persona! resonó en el desayunador.

Segunda puñalada, segundo anuncio y Bellina, sentía su libertad renacer. Por fin encontraba el amor, casi paternal, pues el vejete rondaba los sesenta años ¡pero qué importa! Había amor y por Galano ya no sentía nada.


Los días de estira y afloja continuaron hasta que por fin Galano comprendió que su Bellina, ya no era suya, se le había escapado entre las manos, pero la cosa no terminó ahí.
Siguió el proceso legal, el pleito y conciliación de lo que había por repartir, los dineros, las riquezas bien habidas y las mal habidas también. Todo un drama, difícil superar todo eso.



Ahí, como siempre agazapado Cupido Cabrón observaba, tomó una bandera roja y negra y se declaró en huelga de flechas. 



Pasaron los años, Bellina se separó del vejete, tuvo que trabajar para sostenerse, muy inteligente, hasta que un buen día otra flecha le cruzó el corazón, parece que esta vez sí le atinó, quizá ahora si halló al amor de su vida. Sucede constantemente, ya no hay nada que cuidar. 
Al tipo, no recuerdo su nombre, le va bien en su negocio, la cuida, la trata bien, tal vez sus días de espera y búsqueda terminaron. No lo puedo asegurar porque Bellina aún tiene sus dudas...

En cuanto a Galano, viajó y viajó hasta que se topó con otra belleza, se volvió a casar, tiene otra familia, sigue próspero en los negocios, es su pasión y también...no se puede asegurar nada.

¿Mercantil a medias? Pues sí, tiene éxito empresarial pero hay otros más lobos que él y al menor descuido las cosas pueden cambiar.

Fotos: A.R.Barrios
A.R.Barrios
Veracruz, Ver. 21 de junio de 2019


Sueño sideral

Soñar que viajo por los planetas, soñar que ya no estaré más aquí, soñar el por qué de tantas cosas, de los colores escogidos, plantados, extraídos, plasmados, inventados, deliciosos, que ya no podré saborear pero que los disfruté todos.

Que soy un coleóptero, escarabajo que no logró nacer, aún sin su coraza de la fuerza aérea de los insectos y que vuelo directo a su paraíso, con los ojos bien abiertos, donde no hay engaños, donde la sinceridad impera, que te veo en la playa, desnudos los dos, con el mismo cuerpo de los 20 años, inocencia al fin, besarte toda, ponerme a tus pies, amarte sin locura y con locura también. 

Intentar unir la asíntota de tu vida con la mía, aunque eso suene imposible, han pasado tantos años que tu rostro apenas lo recuerdo. 
Mi viaje es constante, cada día más lleno de amor, aunque mis respuestas sean cínicas, tontas o descaradas, acepto el mundo como se plantea. 

Y a la gente con sus mil victorias y millones de derrotas, con sus insufribles vanidades y jactancias, este mundo, uno más de los mundos, de las moradas del Padre, ése del que el Maestro hablaba.
Fotos 1 y 3 de A.R.Barrios
Foto 2: Anónimo.

A.R.Barrios
Veracruz, Ver. 21 de junio de 2019

lunes, 10 de junio de 2019

Mariano y Ludivina


La mano empuñaba el puñal, minutos antes, el siniestro sujeto había preparado el escenario…

Mariano salía del trabajo, acomodaba sus lentes a su rostro, su miopía necesitaba de ellos. 

Era una tarde de noviembre, hacía un poco de frío y acomodó su chaqueta, caminó tres calles que le separaban de su auto, respiraba el aire fresco y agradable de la ciudad, la temperatura hacía la vida más amable, que en verano es insoportable por el calor.

Buscó entre sus ropas la llave para abrir la puerta del conductor y al observar detenidamente, una de las llantas se hallaba ponchada.
«¡Qué molestia! Tendré que sacar la llanta de refacción y cambiar el neumático.»Penso.


Con calma, este joven de profesión contador, de pocas palabras y mirada suave, tomó nuevamente sus llaves y se dirigió hacía delante de su auto sedan Volkswagen, abrió el cofre delantero donde la llanta se hallaba y con parsimonia levantó el capó.

Tres puñaladas penetraron su costado derecho, una, dos, tres, sintió el dolor penetrar en cada una, lo caliente de la sangre y la vida que por ahí se le escapaba. 

Era ya de noche, en esas tardes que el sol se oculta temprano. La calle desierta, la mano con el puñal, se guardó en el ropaje y como apareció, se alejó rápidamente aprovechando la oscuridad y el silencio de la calle. Una tenue luz amarilla de sodio del arbotante más cercano. iluminaba a lo lejos.

Mariano se sentó lentamente, agarrando su costado derecho, el dolor era insoportable, la sangre fluía a borbotones. Su mano ensangrentada frente a sus ojos le indicaba que había sido atacado por una sombra cobarde. Él que era un hombre tranquilo, él que no agredía a nadie, había sido atacado por la espalda, por una sombra cobarde. Ni siquiera tuvo el valor el atacante de hacerlo de frente, la cobardía reina entre sombras, nunca puede ver la luz, vive de noche y una vida de luz, la de Mariano, se escapaba envuelta en la penumbra.


El rincón de la cefetería se hallaba casi desierto, los dueños del lugar ocupaban una mesa discreta en una parte trasera, las mesas vacías invitaban a entrar, el lugar precioso, decorado con imágenes de café, de naturaleza, un árbol de la vida dibujado con tazas de café estaba impreso en la pared, se respiraba un ambiente agradable, tierno.

Hacía un instante, ella había entrado, su altura era diferente, sus ojos grandes, labios carnosos, perfectamente pintados, cabello negro ensortijado y un ligero exceso de peso, mismo que le hacía ver bien, aunque el estereotipo actual diga lo contrario.

Tomó el rincón de siempre, esperaba y pidió un café, tal vez un capuchino. Esperó pacientemente y cada minuto veía el reloj, volteaba hacia la puerta como esperando a alguien.

Su rostro se iluminó, sus grandes ojos, ventanas de vida, se abrieron mostrando su felicidad, la puerta se abrió, un hombre entraba, también sonriente y los propietarios del café se miraron complacidos al ver que la pareja nuevamente estaría en ese rincón que hacía poco tiempo, este par de enamorados había escogido para verse, quizá a escondidas, quizá buscando su intimidad, quizá revolviendo la vida para encontrar en el fondo el amor.

¡Y esta vez cupido cabrón lanzó su flecha, pero no se le vió por ahí!

Seguro anda espiando a otros por otra parte, cazando la oportunidad, su tarea era constante. ¿De qué vive el amor? ¡De las flechas de cupido cabrón!

Mariano, con su sonrisa se acercó a Ludivina, ella se levantó ligeramente, pero Mariano lo evitó sentándose a su lado y de inmediato, sin mediar palabras, le dio un largo beso. Sus bocas se unieron como se une la flor a la abeja en el intercambio de néctar y polen, la flor renace y el amor también.

¿De qué hablaron?¡No lo sé!


Así fue cada tarde, cada anochecer, cada vez que la puerta del café se abría, era para verlos entrar, primero ella, luego él.
¿Dónde trabajaban? No se sabe, iluminaban con su amor el lugar, se hacía cálido, olía a café. Ese aroma penetraba hasta el amor de Ludivina y Mariano.


Los curiosos se arremolinaban en ese callejón que normalmente está desierto, la ambulancia metía de prisa a un hombre, la camilla vibraba y aún consciente, Mariano pensaba, «¿Dios quién me hirió? ¡Estoy mal! ¡Ludivina, tengo que verla, debo decirle que estoy mal, que alguien le llame por favor, avísenle!»

La noche ya cubría las calles, la luz estroboscópica, roja y el ulular de la ambulancia, pedían paso urgente a los demás vehículos. La gente indiferente veía pasar la desesperación de la vida ante sus ojos y no podía hacer nada.
Los curiosos se habían dispersado, quedaron dos o tres comentando lo sucedido y poco a poco el silencio cómplice cubrió al agresor, que se fue, mirando desde lejos para cerciorarse de su vil acto.


En el hospital, la camilla era empujada con urgencia al área de quirófano, el cirujano, corría al otro extremo de la sala de operaciones, las enfermeras preparaban el instrumental. La intervención duró toda la noche. Había que contener la sangre y suturar las heridas, que eran graves. El hígado perforado, sangraba…

Con las horas, el médico, exhausto, salía del quirófano. Se mostraba optimista y reservado a la vez, no sabía qué diagnóstico dar aún, reservado diría tal vez. No había nadie en la sala de espera.


En el café, Ludivina esperó esa noche, no llegó su amor, amor de manos, de miradas, de besos furtivos, de ganas, de estrujarse y voltear. Su amor prohibido, tal vez, de sueños unidos, de vuelo, de oropel.
Un poco triste, sin saber aún lo que había sucedido con Mariano, pidió la cuenta, pagó y salió despidiéndose con una leve sonrisa. Una opresión en el pecho y su intuición le decía que algo no iba bien.

Las noticias llegan y si son malas, llegan más rápido. Esa misma noche, la identificacion de Mariano en su cartera, habían ayudado a identificarlo y poder así, avisar a su familia. La hermana de Mariano recibió la llamada, rápidamente se comunicó con Ludivina y le informó del suceso. Durante toda la noche, quiso salir corriendo al hospital, pero no podía hacerlo, su condición al tener otra relación se lo impedía, su amor oculto con Mariano no podía ser revelado.
Al amanecer, los signos vitales de Mariano eran estables, al parecer se salvaría, su cuerpo, juventud, fortaleza lo habían salvado y…

También el amor, durante su inconsciencia, viajó, viajó, viajó. Vió un túnel de luz infinita, dulce, agradable, bosques y ríos, aves y animales, gente que sonreía y cuando ese ser brillante le enfrentó, lo miró y sólo le dijo: 

¡No, aún no, éste no es tu lugar, regresa! Le ordenó.



Ludivina pidió permiso en su trabajo, esa mañana corrió al hospital, voló con sus afanes, deseaba estar al lado de Mariano. A lo lejos, discretamente era observada, sus pasos eran vigilados.

Lo vió dormido, su rostro pálido, la lucha de la vida se manifestó. Las horas transcurridas, los miles de pensamientos. El silencio, lo inexpresado.
Todo el día estuvo a su lado, por la tarde abrió sus ojos Mariano y al verla le sonrió, le sonrió con dulzura, con agradecimiento, le sonrió y se sintió confortado y cerró sus ojos.
Fueron días de apuro, de mirar a todos lados, de esperar, de desear besarla, de besarse mutuamente, sus manos se buscaban, sus ojos se hacían el amor y cupido cabrón se regocijaba.


Seis semanas más tarde, Mariano caminaba nuevamente al trabajo, su cabeza baja, su pensamiento en Ludivina, por la tarde la vería en el café,



Dos truenos cruzaron el aire, uno perforó su pecho y el otro su rostro. Pesadamente, ya sin conciencia, su cuerpo cayó sobre la acera…

El sonido de una tienda comercial apagó el ruido, apagó las balas y se escuchaba una canción de Queen´s "Who wants to live forever"


                                                                                   ⇓

En otro punto de la ciudad, Ludivina espera el autobús para ir al trabajo. La vida continúa sin saber que más tarde, la tristeza reinará en su corazón por largo tiempo.

El rincón del café hoy luce desolado, el polvo cubre su mesa, el lugar con el tiempo cerró. Los sueños se esfumaron y esta vez gano la cobardía, el odio y el rencor. En acto impensable, esa tarde, lleno de lágrimas cupido cabrón, su arco y flechas rompió.



Hace unos días la vi, coincidimos en la parada del bus, había perdido ese brillo de su mirada, la sonrisa extraviada a medias, su cabello sin arreglar y mirando el tiempo pasar. Segura, tal vez, de que algún día estará junto a su amado Mariano.


A.R.Barrios
Veracruz, Ver. 10 de julio de 2019

Como Benedetti

       Te quiero bonita      Te quiero bonito      Te quiero dulzura      Te quiero con el alma      Mi corazón pierde el ritmo      Pierdo ...