—¡Hola! —Exclamó Vicky.
Fue casi un grito, su voz
se escuchó en el malecón, los barcos quedaron mudos, aún con sus grandes
bocinas que llenan de sonidos el muelle. El rostro bello, su nariz respingada,
su cabello ensortijado, su cuerpo esbelto, sus grandes caderas, todo en ella era
perfecto.
Hacia tiempo no la veía,
a menudo la visitaba en casa de sus padres, esas visitas se interrumpieron. Él
se dedicó a sus estudios y de un día para otro la dejó de ver.
Sus padres la habían enviado al Canadá. Un año, dos tal vez, hasta que
pasó ese torbellino del amor juvenil que se confunde con algo más.
Esa mañana, el paseo por
el malecón fue sorpresivo para Tontón, su nombre italiano le sugería otra cosa
en español, sin embrago así lo habían bautizado en su casa. Bueno para el
estudio y dedicado al cien en obtener su grado de ingeniero.
El abrazo no se hizo
esperar, los largos brazos de Vicky se extendieron frente a él. Tontón apenas
pudo reaccionar, abrió los suyos y ahí se fundieron en un abrazo de amigos, de
sueños, de ganas de que tal vez algo más podía suceder entre ambos. Los ojos
verdes de ella brillaban intensamente, el sol hacía el efecto de hacerlos más
notables. Lo abrazó sin más.
¿Duró un segundo? ¿Un minuto?
¿Una hora? No se sabe. Se fundieron uno con el otro.
Platicaron sobre el viaje
de ella, le dijo que había estado fuera, el le dijo que estudiaba ingeniería, quedaron
de verse después y …
Tontón volteaba para
cerciorarse que Vicky se alejaba, desconcertado pensaba en lo hermoso de ese
abrazo, de cómo fue un abrazo tan intenso, tan cercano que hasta hoy después de
muchos años, ese abrazo es inolvidable.
Hasta hoy, nunca más se
han vuelto a ver. Nada sucedió entre ellos, ni el más leve beso, ni siquiera un
suspiro. Quizá un bello recuerdo de un abrazo tan hermoso que nadie antes le había
dado. También tal vez, ella sentada en un diván, aún recuerda el evento de ese
abrazo que pudo ser más y que fue dado con el corazón abierto y el amor entre
las manos de ambos que quizá pudo ser mayor.
_._
Los años pasaron, Tontón
se graduó. Conoció una chica bella, muy bella. Su rostro quedó retratado en el
marco de una ventana de una escuela. Era lo más bello que pudo ver en mucho
tiempo, las cosas sucedieron tan de prisa y ese noviazgo no prosperó.
Tontón dejó ese noviazgo, dejó a la bella
chica de ojos grandes y pies perfectos. No se unió para siempre bajo el
juramento de una iglesia a ella, ni hubo nupcias y el tiempo se posó con sus
polvos de olvido y telarañas encima de algo que pudo ser mayor.
Años después, treinta,
quizá treinta y cinco años, se volvieron a encontrar. Fue algo fortuito, no
planeado. Quedaron de verse y el día concertado Tontón acudió a la cita.
Parada fuera de una
cafetería, ella revisaba su teléfono celular, sus agiles manos desplazaban los
mensajes sobre la pantalla, se notaba algo nerviosa. Después de tanto tiempo
vería a Tontón. Esta vez como amigos, como personas que desean verse, aunque
sea tres minutos para compartir y saber qué fue de su vida.
—¿Qué hiciste después de
que ya no te vi? ¿Dónde vives ahora? ¿Cuántos hijos tienes? ¿Como son tus
hijos? ¿Cuándo te casaste? ¿Qué sucedió contigo?
Tantas preguntas, tantas
cosas que decir, tanto que saber, y solo disponer de unos minutos.
Cruzando el parque,
Tontón se aproximó a ella, quien, parada en la acera, veía su celular sin
reparar que Tontón se acercaba. La vio vestida con una blusa roja, su rostro
reflejaba su edad por supuesto, su cabello negro sujetado por un lazo, vestida
con pantalón y zapatos bajos. Su figura era o parecía igual, no importaba. Tontón
quedó embelesado, admirado de la belleza de ella y en un instante, rápido, sin mediar
palabras, se fundieron en un abrazo.
Tontón sintió desde el
fondo de su alma, esa cercanía que quedó suspendida en el tiempo y de algo que
ya nunca podría ser. En ese abrazo supo lo que hubiera podido ser.
Nada circuló, ni el aire,
ni sonidos, la gente se detuvo, ¿caminaban? ¡No!
La tierra se detuvo, ese era
el amor de su vida.
Ese abrazo llego a Tontón
desde el fondo del corazón de ella. Se cimbró la tierra, su tierra. Nunca más
olvidaría ese abrazo. Tampoco el abrazo de Vicky. Eran abrazos gemelos y eran abrazos
similares, de almas entregadas y amorosas. No pedían nada, solo abrazar.
Ella, Lorena se fue. Se
despidieron después de media hora de conversación, se dieron un leve beso en la
mejilla y cada uno tomo el camino que tenía desde hacía mucho, para esta vez,
no volverse a ver más.
Los abrazos, para Tontón,
nunca han vuelto a ser iguales, abraza continuamente a diferentes personas.
Unos abrazan de lado, desde lejos, sin acercar el alma, sin arrimar el corazón.
Abrazan vacíos, no hay sentimiento pues este se perdió, se vació.
Ahora Tontón es un
buscador de abrazos, lo pide a cualquiera con quien siente afinidad, amigos
nuevos, amigos viejos, mujeres lindas, mujeres tiernas, descubre que muchos no
saben abrazar, no desean abrazar. Temen que, en un abrazo, se descubra
realmente su sentir.
En este tiempo, nos
prohíben abrazarnos. Nos dicen que es peligroso.
Y Tontón, lo único que
desea, es hallar nuevamente a Vicky o a Lorena para que le regalen un abrazo
como aquel que una vez lo hizo vibrar.
A.R. Barrios
Veracruz,
Ver. 08 de diciembre de 2020