Mañana veré a un viejo amor, será recordar los besos que no le di
en la puerta de su casa, compartir, escuchar su camino, pensar los sueños,
contemplarla, ya han pasado muchos años, su piel cambiada, sus ojos lánguidos,
su mirada intensa, sus ojos pardos, el abrazo aquel en el malecón, los días sin
ella cuando se fue, su cabello a la afro, castaño, diferente, sus manos, sus
dedos pequeños, su hermosa cintura, lo bello de su talle, pero más...pero más
los sueños detenidos, aquellos que guardé en el cofre del desván, cubierto de
polvo y que desesperadamente remuevo para poder encontrar algo, aunque sea
pequeño, que haya olvidado decirle.
Y sí, la veré, como se mira el amor, el amor detenido.
El encuentro fue simple, un abrazo largo, delicado desde el principio. Me pude dar cuenta de su fragilidad. Algo me dijo que lo hiciera así. Después fue platicar, compartir y mis expresiones de siempre.
—¡Que loco eres! —Me dijo después de escuchar mi historia.
Y en mi mente, sin decírselo, como siempre lo hice, le compuse un poema mental
inmediatamente, como respuesta a su expresión.
«¡Loco que soy! Me
gusta bromear, me rio de tonterías sin sentido, me entrego a pensamientos
suaves, observo la gente caminar, sus esfuerzos por vivir, ganas de amar, de
amarte desde hace tiempo, cosas coincidentes, en esta bola de lodo colgada en
medio de la nada, suspendida por el soplo de un Dios tan grande que nos deja
decidir todos los caminos hasta que llega el último suspiro.
¡Y
loco de atar! Así te beso sin locuras, tal vez con pasión controlada, después
no lo sé, quizá me pierda cerrando los ojos, entraré en el torbellino de sus
labios para no escapar jamás».
La
vi. le vi su tristeza, le observé sus días de cansancio. Las huellas de su
rostro los duelos en su mirada. Las veces que amó y sólo halló un torbellino
donde sus ideales esperaron y su amor fue desechado. Sujetos drogados, adictos infames
que necesitan de drogas para existir y así encontrar la forma de culpar a otro
de lo que no son capaces de enfrentar. Cobardes que después piden ayuda que no
les cuesta, pero que si desean que los demás se apiaden de su decisión de
consumirlas.
Así, en
medio de tal turbulencia creada por su pareja, su vida transcurrió. Se hizo
madre, vació su amor sobre sus hijos, uno de ellos cayó en lo mismo del padre y
hoy ambos están en rehabilitación. Juran que ya entendieron, que no lo volverán
a hacer, pero lo mismo dijeron la vez anterior y así el ciclo de estupidez se
repite.
El amor esperó, tal vez espera, se transforma, cambia por sus
hijos. A cambio de pequeños días de sus logros, de saber de ellos, de tener unos
nietos, esos que con su inocencia descubren el corazón por completo.
Los
infiernos creados fueron guardados, nunca eliminados, esos infiernos que el
sujeto vicioso le hizo vivir.
Su cuerpo frágil, sus pasos inciertos, el apoyo del bastón, su andar titubeante. Es frágil de cuerpo. Soportar la vida con el vicioso ha sido su fortaleza, se hace de acero, expresa todo, no guarda secretos, la verdad la hace libre.
Sigo escribiéndole,
llamándole, es mi amiga, el amor que nunca fue, lo sabe, le confesé lo que sentía
y que nunca le dije.
Arguyó —"pero nunca
dijiste nada"— y en efecto jamás
solté palabra alguna.
Cierta
tarde la fui a ver, llegó otro amigo de ella.
—O él o yo— con cierto enfado expresé y me fui de
su casa y no volví después más. Dice ella que le expresé eso.
Quizá lo dije. No lo recuerdo.
Ahora agradezco tan solo ser su amigo, apoyarla, aunque sea un
poco, que pude compartir unos días conversando, recordando.
¿Que hiciste después de eso? ¿De aquella vez? ¿Cómo fue que te casaste?
¿Qué fue de tus padres? ¿Y tus hermanas? ¿Por qué no dejaste a ese sujeto? ¿Cuántos
hijos tienes? ¿Cómo se llaman?
Y más preguntas, mismas que iban de un lado al otro, un deseo de
actualizarse y renovar al menos, nuestra amistad de ver sus ojos marrones
claros, imaginar su pelo de la misma forma e impedido de abrazarla por su
fragilidad, despedirme, cada día, hasta el último día que estuve con ella y le
pude dar un abrazo delicado, completo, mi alma con la suya y con el cuidado de
su frágil cuerpo. En un intento de amarle, aunque fuera un segundo después de
más de cuarenta años.
Tal vez la vuelva a ver, tomarla de la mano para ayudarla a bajar
alguna escalera, abrirle la puerta, cuidarle al sentarse, ir a ver el ocaso del
sol y volver a platicar aquello que quizá, tendrá que repetir pues mi atención
sufre de dispersión severa.
Escribo
esto con amor para ella, ojalá y nunca más se tope con sujetos míseros que sólo
piensan en ellos, en su droga, en sus sentimientos y frustraciones para culpar
a otros, metidos en sus infiernos de irresponsabilidad.
A.R.
Barrios
Veracruz, Ver. 4 de enero de 2020
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