lunes, 10 de junio de 2019

Mariano y Ludivina


La mano empuñaba el puñal, minutos antes, el siniestro sujeto había preparado el escenario…

Mariano salía del trabajo, acomodaba sus lentes a su rostro, su miopía necesitaba de ellos. 

Era una tarde de noviembre, hacía un poco de frío y acomodó su chaqueta, caminó tres calles que le separaban de su auto, respiraba el aire fresco y agradable de la ciudad, la temperatura hacía la vida más amable, que en verano es insoportable por el calor.

Buscó entre sus ropas la llave para abrir la puerta del conductor y al observar detenidamente, una de las llantas se hallaba ponchada.
«¡Qué molestia! Tendré que sacar la llanta de refacción y cambiar el neumático.»Penso.


Con calma, este joven de profesión contador, de pocas palabras y mirada suave, tomó nuevamente sus llaves y se dirigió hacía delante de su auto sedan Volkswagen, abrió el cofre delantero donde la llanta se hallaba y con parsimonia levantó el capó.

Tres puñaladas penetraron su costado derecho, una, dos, tres, sintió el dolor penetrar en cada una, lo caliente de la sangre y la vida que por ahí se le escapaba. 

Era ya de noche, en esas tardes que el sol se oculta temprano. La calle desierta, la mano con el puñal, se guardó en el ropaje y como apareció, se alejó rápidamente aprovechando la oscuridad y el silencio de la calle. Una tenue luz amarilla de sodio del arbotante más cercano. iluminaba a lo lejos.

Mariano se sentó lentamente, agarrando su costado derecho, el dolor era insoportable, la sangre fluía a borbotones. Su mano ensangrentada frente a sus ojos le indicaba que había sido atacado por una sombra cobarde. Él que era un hombre tranquilo, él que no agredía a nadie, había sido atacado por la espalda, por una sombra cobarde. Ni siquiera tuvo el valor el atacante de hacerlo de frente, la cobardía reina entre sombras, nunca puede ver la luz, vive de noche y una vida de luz, la de Mariano, se escapaba envuelta en la penumbra.


El rincón de la cefetería se hallaba casi desierto, los dueños del lugar ocupaban una mesa discreta en una parte trasera, las mesas vacías invitaban a entrar, el lugar precioso, decorado con imágenes de café, de naturaleza, un árbol de la vida dibujado con tazas de café estaba impreso en la pared, se respiraba un ambiente agradable, tierno.

Hacía un instante, ella había entrado, su altura era diferente, sus ojos grandes, labios carnosos, perfectamente pintados, cabello negro ensortijado y un ligero exceso de peso, mismo que le hacía ver bien, aunque el estereotipo actual diga lo contrario.

Tomó el rincón de siempre, esperaba y pidió un café, tal vez un capuchino. Esperó pacientemente y cada minuto veía el reloj, volteaba hacia la puerta como esperando a alguien.

Su rostro se iluminó, sus grandes ojos, ventanas de vida, se abrieron mostrando su felicidad, la puerta se abrió, un hombre entraba, también sonriente y los propietarios del café se miraron complacidos al ver que la pareja nuevamente estaría en ese rincón que hacía poco tiempo, este par de enamorados había escogido para verse, quizá a escondidas, quizá buscando su intimidad, quizá revolviendo la vida para encontrar en el fondo el amor.

¡Y esta vez cupido cabrón lanzó su flecha, pero no se le vió por ahí!

Seguro anda espiando a otros por otra parte, cazando la oportunidad, su tarea era constante. ¿De qué vive el amor? ¡De las flechas de cupido cabrón!

Mariano, con su sonrisa se acercó a Ludivina, ella se levantó ligeramente, pero Mariano lo evitó sentándose a su lado y de inmediato, sin mediar palabras, le dio un largo beso. Sus bocas se unieron como se une la flor a la abeja en el intercambio de néctar y polen, la flor renace y el amor también.

¿De qué hablaron?¡No lo sé!


Así fue cada tarde, cada anochecer, cada vez que la puerta del café se abría, era para verlos entrar, primero ella, luego él.
¿Dónde trabajaban? No se sabe, iluminaban con su amor el lugar, se hacía cálido, olía a café. Ese aroma penetraba hasta el amor de Ludivina y Mariano.


Los curiosos se arremolinaban en ese callejón que normalmente está desierto, la ambulancia metía de prisa a un hombre, la camilla vibraba y aún consciente, Mariano pensaba, «¿Dios quién me hirió? ¡Estoy mal! ¡Ludivina, tengo que verla, debo decirle que estoy mal, que alguien le llame por favor, avísenle!»

La noche ya cubría las calles, la luz estroboscópica, roja y el ulular de la ambulancia, pedían paso urgente a los demás vehículos. La gente indiferente veía pasar la desesperación de la vida ante sus ojos y no podía hacer nada.
Los curiosos se habían dispersado, quedaron dos o tres comentando lo sucedido y poco a poco el silencio cómplice cubrió al agresor, que se fue, mirando desde lejos para cerciorarse de su vil acto.


En el hospital, la camilla era empujada con urgencia al área de quirófano, el cirujano, corría al otro extremo de la sala de operaciones, las enfermeras preparaban el instrumental. La intervención duró toda la noche. Había que contener la sangre y suturar las heridas, que eran graves. El hígado perforado, sangraba…

Con las horas, el médico, exhausto, salía del quirófano. Se mostraba optimista y reservado a la vez, no sabía qué diagnóstico dar aún, reservado diría tal vez. No había nadie en la sala de espera.


En el café, Ludivina esperó esa noche, no llegó su amor, amor de manos, de miradas, de besos furtivos, de ganas, de estrujarse y voltear. Su amor prohibido, tal vez, de sueños unidos, de vuelo, de oropel.
Un poco triste, sin saber aún lo que había sucedido con Mariano, pidió la cuenta, pagó y salió despidiéndose con una leve sonrisa. Una opresión en el pecho y su intuición le decía que algo no iba bien.

Las noticias llegan y si son malas, llegan más rápido. Esa misma noche, la identificacion de Mariano en su cartera, habían ayudado a identificarlo y poder así, avisar a su familia. La hermana de Mariano recibió la llamada, rápidamente se comunicó con Ludivina y le informó del suceso. Durante toda la noche, quiso salir corriendo al hospital, pero no podía hacerlo, su condición al tener otra relación se lo impedía, su amor oculto con Mariano no podía ser revelado.
Al amanecer, los signos vitales de Mariano eran estables, al parecer se salvaría, su cuerpo, juventud, fortaleza lo habían salvado y…

También el amor, durante su inconsciencia, viajó, viajó, viajó. Vió un túnel de luz infinita, dulce, agradable, bosques y ríos, aves y animales, gente que sonreía y cuando ese ser brillante le enfrentó, lo miró y sólo le dijo: 

¡No, aún no, éste no es tu lugar, regresa! Le ordenó.



Ludivina pidió permiso en su trabajo, esa mañana corrió al hospital, voló con sus afanes, deseaba estar al lado de Mariano. A lo lejos, discretamente era observada, sus pasos eran vigilados.

Lo vió dormido, su rostro pálido, la lucha de la vida se manifestó. Las horas transcurridas, los miles de pensamientos. El silencio, lo inexpresado.
Todo el día estuvo a su lado, por la tarde abrió sus ojos Mariano y al verla le sonrió, le sonrió con dulzura, con agradecimiento, le sonrió y se sintió confortado y cerró sus ojos.
Fueron días de apuro, de mirar a todos lados, de esperar, de desear besarla, de besarse mutuamente, sus manos se buscaban, sus ojos se hacían el amor y cupido cabrón se regocijaba.


Seis semanas más tarde, Mariano caminaba nuevamente al trabajo, su cabeza baja, su pensamiento en Ludivina, por la tarde la vería en el café,



Dos truenos cruzaron el aire, uno perforó su pecho y el otro su rostro. Pesadamente, ya sin conciencia, su cuerpo cayó sobre la acera…

El sonido de una tienda comercial apagó el ruido, apagó las balas y se escuchaba una canción de Queen´s "Who wants to live forever"


                                                                                   ⇓

En otro punto de la ciudad, Ludivina espera el autobús para ir al trabajo. La vida continúa sin saber que más tarde, la tristeza reinará en su corazón por largo tiempo.

El rincón del café hoy luce desolado, el polvo cubre su mesa, el lugar con el tiempo cerró. Los sueños se esfumaron y esta vez gano la cobardía, el odio y el rencor. En acto impensable, esa tarde, lleno de lágrimas cupido cabrón, su arco y flechas rompió.



Hace unos días la vi, coincidimos en la parada del bus, había perdido ese brillo de su mirada, la sonrisa extraviada a medias, su cabello sin arreglar y mirando el tiempo pasar. Segura, tal vez, de que algún día estará junto a su amado Mariano.


A.R.Barrios
Veracruz, Ver. 10 de julio de 2019

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