La mano empuñaba el puñal, minutos antes, el siniestro sujeto
había preparado el escenario…
Mariano salía del trabajo, acomodaba sus lentes a su rostro,
su miopía necesitaba de ellos.
Era una tarde de noviembre, hacía un poco de frío y
acomodó su chaqueta, caminó tres calles que le separaban de su auto, respiraba
el aire fresco y agradable de la ciudad, la temperatura hacía la vida más
amable, que en verano es insoportable por el calor.
Buscó entre sus ropas la llave para abrir la puerta del
conductor y al observar detenidamente, una de las llantas se hallaba ponchada.
Con calma, este joven de profesión contador, de pocas palabras
y mirada suave, tomó nuevamente sus llaves y se dirigió hacía delante de su
auto sedan Volkswagen, abrió el cofre delantero donde la llanta se hallaba y con parsimonia levantó el capó.
Tres puñaladas penetraron su costado derecho, una, dos, tres,
sintió el dolor penetrar en cada una, lo caliente de la sangre y la vida que
por ahí se le escapaba.
Era ya de noche, en esas tardes que el sol se oculta
temprano. La calle desierta, la mano con el puñal, se guardó en el ropaje y
como apareció, se alejó rápidamente aprovechando la oscuridad y el silencio de la
calle. Una tenue luz amarilla de sodio del arbotante más cercano. iluminaba a
lo lejos.
Mariano se sentó lentamente, agarrando su costado derecho,
el dolor era insoportable, la sangre fluía a borbotones. Su mano ensangrentada
frente a sus ojos le indicaba que había sido atacado por una sombra cobarde.
Él que era un hombre tranquilo, él que no agredía a nadie, había sido atacado por la espalda, por una sombra cobarde. Ni siquiera tuvo el
valor el atacante de hacerlo de frente, la cobardía reina entre sombras,
nunca puede ver la luz, vive de noche y una vida de luz, la de Mariano, se escapaba envuelta
en la penumbra.
El rincón de la cefetería se hallaba casi desierto, los dueños del
lugar ocupaban una mesa discreta en una parte trasera, las mesas vacías
invitaban a entrar, el lugar precioso, decorado con imágenes de café, de
naturaleza, un árbol de la vida dibujado con tazas de café estaba impreso en la
pared, se respiraba un ambiente agradable, tierno.
Hacía un instante, ella había entrado, su altura era diferente, sus ojos grandes, labios carnosos, perfectamente pintados,
cabello negro ensortijado y un ligero exceso de peso, mismo que le hacía ver
bien, aunque el estereotipo actual diga lo contrario.
Tomó el rincón de siempre, esperaba y pidió un café, tal vez
un capuchino. Esperó pacientemente y cada minuto veía el reloj, volteaba hacia la
puerta como esperando a alguien.
Su rostro se iluminó, sus grandes ojos, ventanas de vida, se
abrieron mostrando su felicidad, la puerta se abrió, un hombre entraba, también
sonriente y los propietarios del café se miraron complacidos al ver que la pareja
nuevamente estaría en ese rincón que hacía poco tiempo, este par de enamorados había
escogido para verse, quizá a escondidas, quizá buscando su intimidad, quizá
revolviendo la vida para encontrar en el fondo el amor.
¡Y esta vez cupido cabrón lanzó su flecha, pero no se le vió por ahí!
Seguro anda espiando a otros por otra parte, cazando la
oportunidad, su tarea era constante. ¿De qué vive el amor? ¡De las flechas de
cupido cabrón!
Mariano, con su sonrisa se acercó a Ludivina, ella se levantó
ligeramente, pero Mariano lo evitó sentándose a su lado y de inmediato, sin
mediar palabras, le dio un largo beso. Sus bocas se unieron como se une la flor
a la abeja en el intercambio de néctar y polen, la flor renace y el amor también.
¿De qué hablaron?¡No lo sé!
Así fue cada tarde, cada anochecer, cada vez que la puerta del
café se abría, era para verlos entrar, primero ella, luego él.
¿Dónde trabajaban? No se sabe, iluminaban con su amor el
lugar, se hacía cálido, olía a café. Ese aroma penetraba hasta el amor de
Ludivina y Mariano.
Los curiosos se arremolinaban en ese callejón que normalmente está desierto, la ambulancia metía de prisa a un hombre, la
camilla vibraba y aún consciente, Mariano pensaba, «¿Dios quién me hirió? ¡Estoy
mal! ¡Ludivina, tengo que verla, debo decirle que estoy mal, que alguien le
llame por favor, avísenle!»
La noche ya cubría las calles, la luz estroboscópica, roja y el ulular de
la ambulancia, pedían paso urgente a los demás vehículos. La gente indiferente veía
pasar la desesperación de la vida ante sus ojos y no podía hacer nada.
Los curiosos se habían dispersado, quedaron dos o tres
comentando lo sucedido y poco a poco el silencio cómplice cubrió al agresor, que se fue, mirando desde lejos para cerciorarse de su vil acto.
En el hospital, la camilla era empujada con urgencia al área
de quirófano, el cirujano, corría al otro extremo de la sala de
operaciones, las enfermeras preparaban el instrumental. La intervención duró
toda la noche. Había que contener la sangre y suturar las heridas, que eran
graves. El hígado perforado, sangraba…
Con las horas, el médico, exhausto, salía del quirófano. Se
mostraba optimista y reservado a la vez, no sabía qué diagnóstico dar aún,
reservado diría tal vez. No había nadie en la sala de espera.
En el café, Ludivina esperó esa noche, no llegó su amor, amor
de manos, de miradas, de besos furtivos, de ganas, de estrujarse y voltear. Su
amor prohibido, tal vez, de sueños unidos, de vuelo, de oropel.
Un poco triste, sin saber aún lo que había sucedido con
Mariano, pidió la cuenta, pagó y salió despidiéndose con una leve sonrisa. Una opresión en el pecho y su intuición le decía que algo no iba bien.
Las noticias llegan y si son malas, llegan más rápido. Esa
misma noche, la identificacion de Mariano en su cartera, habían ayudado a
identificarlo y poder así, avisar a su familia. La hermana de Mariano
recibió la llamada, rápidamente se comunicó con Ludivina y le informó del suceso.
Durante toda la noche, quiso salir corriendo al hospital, pero no podía hacerlo,
su condición al tener otra relación se lo impedía, su amor oculto con Mariano no podía ser
revelado.
Al amanecer, los signos vitales de Mariano eran estables, al parecer
se salvaría, su cuerpo, juventud, fortaleza lo habían salvado y…
También el amor, durante su inconsciencia, viajó, viajó, viajó.
Vió un túnel de luz infinita, dulce, agradable, bosques y ríos, aves y animales,
gente que sonreía y cuando ese ser brillante le enfrentó, lo miró y sólo le
dijo:
—¡No, aún no, éste no es tu lugar, regresa! —Le ordenó—.
Ludivina pidió permiso en su trabajo, esa mañana corrió al
hospital, voló con sus afanes, deseaba estar al lado de Mariano. A lo lejos,
discretamente era observada, sus pasos eran vigilados.
Lo vió dormido, su rostro pálido, la lucha de la
vida se manifestó. Las horas transcurridas, los miles de pensamientos. El
silencio, lo inexpresado.
Todo el día estuvo a su lado, por la tarde abrió sus ojos
Mariano y al verla le sonrió, le sonrió con dulzura, con agradecimiento, le
sonrió y se sintió confortado y cerró sus ojos.
Fueron días de apuro, de mirar a todos lados, de esperar, de
desear besarla, de besarse mutuamente, sus manos se buscaban, sus ojos se
hacían el amor y cupido cabrón se regocijaba.
Seis semanas más tarde, Mariano caminaba nuevamente al trabajo,
su cabeza baja, su pensamiento en Ludivina, por la tarde la vería en el café,
Dos truenos cruzaron el aire, uno perforó su pecho y el otro
su rostro. Pesadamente, ya sin conciencia, su cuerpo cayó sobre la acera…
El sonido de una tienda comercial apagó el ruido, apagó las
balas y se escuchaba una canción de Queen´s "Who wants to live forever"
⇓
En otro punto de la ciudad, Ludivina espera el autobús para ir
al trabajo. La vida continúa sin saber que más tarde, la tristeza reinará en su
corazón por largo tiempo.
El rincón del café hoy luce desolado, el polvo cubre su mesa, el lugar con el tiempo cerró. Los sueños se esfumaron y esta vez gano la cobardía, el odio y el
rencor. En acto impensable, esa tarde, lleno de lágrimas cupido cabrón, su arco
y flechas rompió.
Hace unos días la vi, coincidimos en la parada del
bus, había perdido ese brillo de su mirada, la sonrisa extraviada a medias, su
cabello sin arreglar y mirando el tiempo pasar. Segura, tal vez, de que algún
día estará junto a su amado Mariano.
A.R.Barrios
Veracruz, Ver. 10 de julio de 2019
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