lunes, 17 de febrero de 2020

Cupido cabrón climax

¿Qué me vas a hacer?
Era su pregunta habitual cuando estaba dispuesta a los placeres del amor. Sin embargo, nunca estaba satisfecha, sus escapadas siempre eran distintas, conoció de todo y todo le llevó al aburrimiento.

Cupido, siempre trató de darle una pareja que fuera bueno, excelente compañía, pero...

¿Te sientes bien?
¡Sí!
—¿Tienes hambre?
¡Ay sí!—respondió abriendo sus enormes ojos marrones.
¿Quieres que nos detengamos a comer algo?
¡Sí por favor!


El vehículo, se detuvo en un parque donde vendían naranjas y jícamas con limón y chile, por viajar sin detenerse, había olvidado invitarle de comer algo a su amante. Ahí, en una banca, se sentaron a disfrutar unas naranjas y al poco rato reanudaron su viaje. Era un largo viaje y el cansancio era evidente, sobre todo para él, que conducia.

Poco a poco la tarde fue cayendo y la oscuridad los envolvió en su viaje. 
Como sacada de un cuento de  terror, su mano cobró vida, se deslizó suavemente entre las piernas de Carmelo y con suaves toques por encima del pantalón, fue despertando la lujuria, su lujuria. Cuando sintió la erección, Carmelo quiso tranquilizarla y decirle que esperara, que llegando a casa lo harían. Pero Fogosina ya estaba encendida y decidida. 
Continuó con sus caricias suaves, con su mano empezó a bajar el ziper del pantalón hasta dejar al descubierto el miembro viril de Carmelo. Y la felación comenzó.
El pie sobre el acelerador disminuyó la presión sobre el pedal. 
No dijo levemente, pero no pudo evitarlo, a Fogosina, nada se le negaba.

El camino era sinuoso, pero ella lo hacía recto, plano y succión tras succión fue elevando su petición. Deseaba la eyaculación de Carmelo, así en pleno viaje.
No importó el peligro, ni nada.

Su cabello caía sobre las piernas de Carmelo y la mano de él se los retiraba suavemente, con cierto cariño y complacido.

Llegó el momento final, lo esperado por Fogosina y los espasmos del vientre le indicaron qué seguía, lograba su propósito. Su boca se apretó sobre la piel y fue en un instante, contracciones placenteras y todo se inundó.

Cupido que viajaba con ellos, no dejaba de abrir desmezuradamente sus ojos. Por un breve momento se asustó de lo que veía y no podía creerlo.

Fogosina, satisfecha, sonreía y sonreía, quizá era un sueño acariciado. 
Después de acomodar todo, se sujetó el pelo con una liga, haciendose una cola. Mirando con cierta ternura perversa a Carmelo.

¡Ahora solo me falta hacerlo en la playa y en una hamaca! Sentenció como bruja en aquelarre.

Cupido voló por la ventana pues tenía otras cosas que ver y hacer. Pero no pasó mucho tiempo...

Un fin de semana, a los pocos días después del viaje, nuevamente Fogosina inventaba la ocasión.

¡Vamos a la playa! impuso su petición. Ya tengo lista la nevera y una canasta con lo que comeremos allá.

Subieron al vehiculo con ese destino. Carmelo ni siquiera presentó objeción. Era su alegría, también su confusión y droga. Vivía como narcotizado o como antropófago.

La playa estaba muy concurrida, el calor invitaba meterse en el agua. Las olas en su eterno vaivén se coronaban con espuma y los cuerpos de la gente se refrescaban.

Carmelo y Fogosina, dispusieron sus cosas un poco alejados de la gente y se introdujeron en el mar. Se abrazaban y reían, conversaban de mil cosas y de momento el roce de sus cuerpos hizo el resto. Los ojos de Carmelo se pusieron en blanco, la sensación completa, le abrazó con deseos de no soltar, las manos de Fogosina despedían llamas y su cuerpo era el infierno del amor, una tarde completa.
¿Cuánto tiempo pasó? ¡Ellos no sabían de eso!

Y en cada mirada Cupido reía complacido, pensaba que su trabajo era perfecto. Había logrado la pareja ideal. Pero el libre albedrío no siempre es bien usado, la mente loca decide cosas que no dan buenos resultados.

Fogosina, no tenía reparo alguno en nada. Era ahora o nunca para cada vez. Inventaba y aleteaba como mariposa para inventar al día siguiente algo con sus giros del amor.

En casa disponían de una oficina, donde Carmelo atendía su trabajo, cuando ésto hacía Fogosina respetaba su concentración. Bueno, pero no siempre...

Cierto día, llegó por la espalda del distraído Carmelo y le empezó por besar el cuello, a lo que reaccionó inmediatamente, eran tal para cuál.  De inmediato se levantó del sillón y comenzó a besarla, le apretó con sus grandes manos los senos firmes, el perfume que traía ella lo excitaba, de inmediato le desnudó, se preparó para poseerla y al bajar sus bragas solo alcanzó a ver un disparo líquido del orgasmo de Fogosina. Era, o sí o sí. Esa tarde hiceron el amor, así loco, atrevido, entregado, mojado, con olor a perfume. Después ella se dirigió a la cocina y preparó algo de comer. Su alimento favorito había sido servido.

Se miraban el uno al otro, todo en silencio, cómplices de lo que era el arte rufián de los dos. Eran maestros y nunca dijeron no. 
Levantaron los platos y demás, llevando todo al fregadero. La cocina era amplia, con bancos dispuestos. Carmelo comenzó a verla cómo lavaba los platos sucios, observaba sus nalgas redondas, bastante redondas, su cintura, cómo se movía por el espacio, tomando un plato, luego otro, llevando sus manos como rehiletes multicolores. Pero no pudo más, sobraba energía. Se levantó del banco donde se hallaba y la tomó por la cintura, rapidamente le subió la minifalda y la tomó para si, el resto lo pueden imaginar. 
Finalmente, Carmelo cayó al suelo, desfallecido pero satisfecho de haber tomado una vez más a Fogosina. Las risas y carcajadas de ambos indicaban su felicidad, era un juego sin final o al menos eso parecía.

Por su trabajo, Carmelo se ausentó unos días. La melancolía de él contrastaba con la de ella, pues en sus recorridos siempre estaba atenta para cuando saltara la oportunidad de un nuevo amante. Uno que le enseñara más artes de amor y eso que con Carmelo lo tenía todo ¿o casi todo?¿Qué hay más?
¿Qué haces aquí tan pronto?espetó al verlo por la ventana.

Instantes antes, el timbre había sonado y dentro de la casa se escucharon muchos ruidos, por el espejo de la sala se reflejaba la puerta de la habitación de Fogosina y Carmelo solo alcanzó a ver correr a un individuo desnudo. Ella en una bata puesta de prisa, salía al encuentro de quien tocaba el timbre de la casa y que deseaba darle una sorpresa de su regreso.

¡Nada, deseaba verte para decirte que había vuelto pero veo que estás ocupada!Balbuceó tristemente.

¡Espera no es lo que piensas!Gritó desesperada por la ventana.

Él volteó, le miró con tranquilidad aparente y respondió...

¡No pienso nada, lo vi todo!—-.

Ese día, Carmelo regresó sobre sus pasos, buscó un café cercano, llevaba su maleta consigo y se sentó a meditar lo que había observado. Nunca más se vieron, el golpe fue demoledor.

Cupido revoloteaba sobre la cabeza de Carmelo en el café, trataba de animarlo. Hasta que decidió dejarlo en paz.

Carmelo cortó sus alas, después nada fue igual. Desconfiado siempre con sus relaciones. Jamás se enamoró de alguien así. Nunca se entregó. El amor pisoteado de esta manera, se vuelve hiel muy difícil de beber.

Deseaba regresar, destruir al acompañante  y todo. Se levantó después de terminar su café y caminó por la gran avenida arrastrando su maleta.

Ahora por toda la ciudad se le ve caminando, recorriendo las calles de norte a sur, de este a oeste, con su sombrero de palma, mira la gente vivir mientras espera la muerte del cuerpo porque su amor murió con ella una mañana del mes de abril.
 Las flores estaban en plenitud, la vida transcurre aún con eventos desafortunados. La esperanza le pasó al lado y él siempre la despreció. Ya nada era igual.

¿Ella? ¡No importa, hace lo que siempre ha hecho!

A.R.Barrios

Fotos:Raúl Zamorano y A.R.Barrios
Veracruz, Ver. 17 de febrero de 2020




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