viernes, 10 de noviembre de 2017

El abuelo Rafael


Los años pasaban, de esta nueva vida, si todo es mente.
Quizá no fueron años o mejor fueron instantes, donde se forjaba la vida, la conciencia, el modo de ser, el carácter, las debilidades y los sueños de una vida mejor, respondiendo al plan trazado antes de venir aquí.
Con una mente abierta absorbiendo los días y las luces, caminando las primeras cuadras, reconociendo al barrio y a los amigos de la cuadra, sin nombres aun. Con el egocentrismo en su máxima expresión.
La familia dormitando y el abuelo con su tienda, serio él, cantador de voz fuerte, cariñoso, paciente, de gran tamaño y abdomen, su cinturón daba la vuelta al universo. Siempre trabajando, como si cargara sobre su espalda las vidas de la familia.
Su frente amplia, como brillando y recibiendo al sol, por las mañanas barría su banqueta, silbaba mientras lo hacia, me contó algunas historias de cuando era embarcado, de cómo los dólares se ganan pero también se gastan. Amaba este país.
Se veía la paz en su rostro, amo a sus nietas más que sus hijos, les entrego su corazón y se quedo con mi admiración y amor.
Por muchos años se subió al tranvía, lo llevaba al centro de la ciudad por las tardes, me decía: hijo hoy tengo reunión nos vemos mañana. Iba hacia el Oriente.
Mas tarde el mismo tranvía lo dejaba frente a su tienda. Abandonaba por dos horas la vida profana.
En la tienda tenia de todo, cervezas, latas, rollos de papel higiénico de cuando se vendían de uno en uno y no en paquetes para aumentar el consumismo, galletas en bolsas de papel estraza, arroz despachado a granes, lo mismo que el fríjol o el azúcar, cervezas que los clientes bebían con discreción una o dos pagaban y se marchaban, metía las manos en los cajones con garbanzos, lentejas, fríjoles y lo que fuera, algunas tardes me sentaba en sus piernas.
¡Upa caballo, upa!
¡Más abuelo! ¡Upa caballo upa!
Y así me cargaba hasta quedar exhausto o bien me regresa en sus brazos hasta mi casa, ya dormido, veinte metros adelante.
La madre le agradecía regresar al torbellino en tales condiciones.
Les voy a platicar su gran paciencia y sabiduría, recuerdo que hablaba poco.
Llegaba corriendo, excitado, pues me habían encargado una misión.
La madre:
_ ¡Corre con tu abuelo y dile que me mande una hoja de tenme aquí!
_Y así lo hacia.
¡Abuelo, abuelo, dice mi mama que me des una hoja de tenme aquí!
_ ¡Si hijo, ve al patio y búscala!
Y en el patio, buscaba entre los árboles de mango Maníla, de guanábano, hojas de epazote, la fuente, plantas chicas y grandes, con flores y sin ellas. Desesperado de no saber cual era, regresaba a la tienda y le decía:
_ ¡Abuelo no la encuentro!
_ ¡Sigue buscando!WP_20170610_004
Y entonces regresaba a la búsqueda, hasta despertar las fantasías, que cuando estas solo, se despiertan, soñando despierto, buscando varitas que eran espadas para combatir monstruos o gigantes.
Subiendo a los árboles, brincando, como fuera. ¡Ya había olvidado la hoja de tenme aquí!
Después de tres horas, ¿O minutos? Volvía a casa y le decía a la madre:
_ ¡No encontré la hoja de tenme aquí!
¿Quien sabe realmente lo importante que era la hoja?
_La madre respondía: ¡Esta bien!
_ ¿Qué era esa dichosa hoja?
Paz, trabajo, tranquilidad, compartir o aprender el amor de mi abuelo. Ya hace tiempo esta con el Creador, su partida dejo un hueco que no ha ocupado nadie.
Por los meses de fin de año, el abuelo hacia pan dulce recubierto de azúcar glaseada, observaba su ir y venir, preguntándole cada paso y cada cosa:
¿Por qué le pones azúcar?
¿Por qué los separas?
¿Por qué los metes ahí?
Y al cuarto por qué me decía:
_ ¡Anda ve come una galleta!
_El con toda su paciencia me contestaba y yo me lo saboreaba mas, impaciente con deseos de comer algún pan cuando salieran del horno.
Por fin salieron, me dio un pan, salio del horno, caliente, oloroso, ¡quema, no se puede ni morder!
¡Delicioso, abuelo! ¿Me puedo comer otro?
¡Si tómalo, pero solo otro mas, pues no hice muchos estas vez!
Gracias abuelo, aun conservo esta deliciosa costumbre de tus panes.
Tal vez, cuando regrese al hogar, este ahí, esperando mí retorno. Así sea.
El abuelo fue importante, hasta casi los 16 años. Hay más historias y todas buenas.
Los fines de año, eran exclusivos para mi, la cena, las luces, la imaginación de la llegada de Jesús o los Reyes Magos, aun no había Tratado de libre Comercio que permitiera la importación libre de Halloween o Santa Clauses ni chingaderas esas que ahora los niños del siglo veintiuno aceptan sin chistar, no saben ni lo que significa, ni sus padres, pero bueno la ignorancia supina permite a los pueblos digerir todos los sinsabores.
Siempre peleando la pierna del pavo, que entonces le llamábamos “guajolote”, era la pieza más deliciosa, según yo.
Noche de desvelo, hasta tarde, corriendo con las hermanas o algún chiquillo de la barriada, Germán, Chucho, Piteco o cualquiera de ellos.
Tronar los cohetes chinos, quemarse los dedos o juntar la pólvora de los que no tronaban, días de vagancia, laxitud, idas a la playa o ver el mar, pegado a mi cerebro, recuerdo y necesidad de vivir, antidepresivo de mi “jarochicidad”.
A.R.Barrios
Veracruz, Ver. Marzo del 2006

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